Asesinos en serie de MÉXICO
LA HIENA DE QUERÉTARO (MÉXICO)
“Recargada en una reja que da hacia la celda del ala psiquiátrica, Claudia Mijangos está pensativa. Su mirada es fría y un tanto perdida, pero no lo suficiente como para dejar ver un aire de melancolía”.
Diario de Querétaro
Diario de Querétaro
![Claudia Mijangos](http://adimensional.com.mx/sitio/wp-content/uploads/2012/12/Claudia-Mijangos.jpg)
Claudia Mijangos Arzac nació en Mazatlán, Sinaloa (México) en 1956. Su infancia y adolescencia fueron felices, no sufrió maltratos y tuvo sus necesidades materiales y afectivas resueltas. Estudió la Carrera de Comercio. Cuando era una jovencita, fue elegida Reina de Belleza en Mazatlán. Al morir sus padres, le dejaron una cuantiosa herencia. Poco tiempo después se casó y se trasladó a vivir a Querétaro con su esposo, Alfredo Castaños Gutiérrez, a la calle Hacienda Vegil nº 408, Colonia Jardines de la Hacienda.
Claudia Mijangos el día de su boda
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Él era un empleado bancario, ocho años mayor que ella. En su nueva ciudad montó una exclusiva tienda de ropa en el Pasaje de la Llata, donde algunas de las mujeres más prominentes de Querétaro compraron sus vestidos. De formación católica, Claudia Mijangos fue maestra de Catecismo, Ética y Religión en el Colegio “Fray Luis de León”, donde estudiaban sus tres hijos: Claudia María, de once años; Ana Belén, de nueve; y Alfredo Antonio, de seis.
La casa de Claudia Mijangos
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Pero Claudia comenzó a mostrar fuertes problemas psicológicos, a tal grado que el matrimonio pronto se volvió insostenible. Ella y su esposo se divorciaron y Claudia se quedó con la custodia de sus tres hijos. Siguió al frente de su tienda de ropa y dando sus clases de religión, pero la gente que la rodeaba pronto notó que los disturbios emocionales de aquella mujer se iban acentuando. En la escuela donde sus hijos estudiaban, daba clases un joven sacerdote, el padre Ramón. Claudia se obsesionó con él; muchos afirmaban que eran amantes, aunque otros negaban tal versión. Él y otro cura, el padre Rigoberto, hablaban constantemente con ella.
Claudia con su esposo, Alfredo Castaños Gutiérrez
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Durante varios días, Claudia había escuchado voces extrañas. No quiso comentárselo a su ex esposo, pues él siempre había afirmado que “estaba loca”. El 23 de abril de 1989, Alfredo Castaños se llevó a sus hijos a una kermesse de la escuela. Cuando llevó a los niños de regreso, tuvo una fuerte discusión con Claudia. Sabía el asunto del sacerdote y además quería regresar con su ex esposa. Ella se negó; defendió sus sentimientos hacia el cura y su ex esposo, muy enojado, le dijo que “se iba a arrepentir”. Luego se fue. Claudia cerró la puerta y echó llave. Subió a darle la bendición a sus hijos y fue a acostarse.
Unas horas después, el 24 de abril de 1989, aproximadamente a las 05:00 horas, cuando aún faltaba un buen rato para que amaneciera, Claudia Mijangos se despertó. Las voces en su cabeza eran tan fuertes que habían interrumpido su sueño. Le decían que Mazatlán había desaparecido y que “todo Querétaro era espíritu”. Estuvo un rato escuchándolas, tratando de decidir si eran reales o no. Después se levantó y se vistió completamente. Fue a la cocina y tomó tres cuchillos. Sus hijos aún dormían tranquilamente, pero Claudia había decidido matarlos.
El mueble donde guardaba los cuchillos
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El primero en ser atacado y el primero en morir fue Alfredo Antonio, el niño más pequeño, quien fue agredido mientras dormía en su cama. Claudia Mijangos se apoyó sobre la cama del niño, lo tomó de la mano izquierda y a nivel de la articulación de la muñeca, le ocasionó la primera herida. El niño, al sentirse herido, realizó un movimiento instintivo de protección, pero su madre siguió cortando; lo hizo con tal frenesí que le amputó por completo la mano izquierda. El niño gritaba de dolor y terror. Su madre le trató de cortar entonces la mano derecha; casi consiguió arrancársela también. Después le propinó una serie de cuchilladas hasta matarlo; ya muerto, siguió hundiendo el cuchillo muchas veces más.
La recámara de Alfredo
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Claudia Mijangos cambió de cuchillo; había decidido utilizar uno diferente con cada uno de sus hijos. La segunda en ser atacada fue Claudia María, de once años, quien fue apuñalada seis veces. Herida de muerte y con los pulmones perforados, la niña aún alcanzó a salir del cuarto tratando de protegerse. “¡No mamá, no mamá, no lo hagas!”, gritaba. Los alaridos de dolor y desesperación fueron tan fuertes, que los vecinos se despertaron. Pero decidieron no intervenir. Claudia tomó entonces el tercer cuchillo y apuñaló en el corazón a su hija menor Ana Belén, de nueve años, quien no opuso mucha resistencia.
La recámara de las niñas
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Después bajó las escaleras corriendo en busca de la agonizante Claudia María, quien se había desmayado, boca arriba, sobre el piso que dividía la sala del comedor. Volvió a apuñalarla. Luego la arrastró hacia la planta alta y colocó su cuerpo inerte en la recámara principal, junto con sus hermanos. Los apiló sobre la cama King Size como si fueran leños, uno encima del otro, y los cubrió con una colcha de color naranja con adornos blancos. Limpió dos de los cuchillos, tomó el tercero y se hizo cortes en las muñecas y en el pecho, tratando de suicidarse.
Verónica Vázquez, amiga de Claudia, llegó por la mañana. Tocó y le abrió Claudia, con la ropa empapada de sangre y la mirada extraviada. Verónica entró a la casa, pues supuso que su amiga había sido atacada. Luego vio los cadáveres. Claudia desvariaba, diciendo que los niños se habían llenado de ketchup. Verónica salió huyendo; el olor de la sangre era insoportable. Llamó a la policía de inmediato.
Cuando los agentes llegaron, ingresaron a la fuerza. El interior de la casa parecía el escenario de una película de horror. El piso de la sala y las escaleras que iban hacia la planta alta estaban manchados de sangre, al igual que el pasillo entre la recámara principal, la recámara del pequeño Alfredo, la recámara de las niñas y el baño.
La casa, la noche del crimen
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A un lado de los niños estaba el cuerpo de Claudia. Su ropa también estaba manchada de sangre. Tenía los ojos entreabiertos. En la esquina de la recámara, sobre un sillón, había dos cuchillos de cocina, uno de 41 centímetros y el otro de 33 centímetros, ambos con cachas de madera en color café, limpios. Un tercer cuchillo, de 31 centímetros, se halló en la recámara de las hermanas Claudia María y Ana Belén, caído sobre la alfombra y lleno de sangre desde la junta hacia la parte media de la hoja.
El sillón con los cuchillos
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Los policías pensaron que la mujer también estaba muerta, pero el comandante Adolfo Durán Aguilar le buscó el pulso en el cuello y descubrió que todavía estaba viva. Llamaron a la Cruz Roja; la trasladaron al Hospital del Seguro Social, situado en la avenida 5 de Febrero esquina con Zaragoza. “Mis niños están dormidos en la casa”, declaró Claudia Mijangos cuando despertó en el hospital, ante las preguntas de la agente del Ministerio Público Investigador, Sara Feregrino Feregrino. “Yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos”. La asesina estaba sedada y amarrada de pies y manos. Se le tomó su primera declaración el 27 de abril de 1989 a las 11:30 horas, tres días después de que masacrara a sus tres hijos.
Los cadáveres
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Luego añadió más cosas, responsabilizando del crimen al sacerdote al que supuestamente amaba: “El padre Ramón me hablaba telepáticamente, él influyó para que me divorciara, pero como mi madre era un freno moral para que me uniera a él, el padre Ramón con maleficios mató a mi madre, como me sigue trabajando mentalmente para poseerme y también mi marido quiere regresar conmigo y me trabaja mentalmente, fue tanta la presión que me descontrolé”. Después, cambió su declaración y dijo que no se acordaba de nada, que la había despertado su amiga que tocaba a la puerta de su casa y que después la habían trasladado al hospital. Hablaba de sus hijos como si estuvieran vivos.
El vestido de Claudia Mijangos, empapado en sangre
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Los periódicos condenaron su crimen y la bautizaron como “La Hiena de Querétaro”. Aunque en un momento su abogado defensor, Julio Esponda Ugartechea, trató de inculpar a su ex esposo en el crimen, los exámenes neurológicos determinaron que Claudia padecía un trastorno mental orgánico: epilepsia del lóbulo temporal, acompañado de una perturbación de la personalidad tipo paranoide, por lo que se suspendió el procedimiento penal ordinario y se acordó aplicar una medida de seguridad de treinta años por el triple filicidio, la pena máxima contemplada en esa época.
Claudia Mijangos en el hospital
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El 23 de enero de 1992, fue trasladada del CERESO Femenil Sur de la Ciudad de México a Querétaro. Claudia Mijangos Arzac quedó recluida durante más de veinte años en el anexo psiquiátrico del Reclusorio de Tepepan. Su pelo encaneció y comenzó a utilizar anteojos. En 2007 la operaron de la glándula tiroides. Pese a los años de reclusión, nunca recibió visitas de su familia.
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Cuando se encuentra tranquila, Claudia Mijangos comparte su celda con la francesa Florence Cassez, quien fue sentenciada en 2009 a sesenta años de prisión por el delito de secuestro. Según los testimonios de algunas enfermeras, cada vez que hay luna llena, es necesario encerrar a Claudia Mijangos en una celda especial, debido a que se torna muy agresiva. Su padecimiento es incurable y es poco probable que, si sale, pueda rehacer su vida de alguna manera.
Tras las rejas
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Nadie reclamó la propiedad donde todo ocurrió; la casa pertenece a Claudia Mijangos, quien la adquirió en 1985. Muchas versiones afirmaban que dentro de la casa se escuchaban por las noches llantos y gritos, que se veían luces y sombras en el interior de la casa y que un niño pequeño se asomaba a las ventanas. Los habitantes de las casas vecinas se organizaron entonces para exigir a las autoridades mayor seguridad. Sin embargo, las patrullas que se colocaron en las afueras del inmueble funcionaron sólo durante un corto periodo y los curiosos siguieron introduciéndose subrepticiamente a aquel lugar, ya abandonado. Con el tiempo, la casa donde ocurrió el triple asesinato fue cerrada por completo: se colocó alambre de púas, se levantó un muro y, curiosamente, no se dejó ninguna puerta.
La casa actualmente
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FRANCISCO GUERRERO “EL CHALEQUERO”
Acusado de matar a 20 sexoservidoras entre 1880 y 1888, Guerrero es considerado por algunos como el primer asesino serial del que se tiene registro en México. Al ser arrestado fue sentenciado a muerte, pero el presidente Porfirio Díaz le revocó la sentencia y fue condenado a 20 años de prisión en la prisión de San Juan de Ulúa.
GREGORIO”GOYO”CÁRDENAS
Los asesinatos, de quien también fue llamado “El estrangulador de Tacuba”, se registraron entre agosto y septiembre de 1942. “Goyo” Cárdenas atacó principalmente a prostitutas, con las cuales primero tenía relaciones sexuales, después ahorcaba a las mujeres y finalmente las enterraba en el jardín de su casa.
Cuando se logró su arresto, fue llevado a Lecumberri, ahí asistió a clases de psiquiatría, recibía visitas familiares, sostenía relaciones con las enfermeras e incluso tenía licencia para salir cuando quisiera.
Gregorio “Goyo” Cárdenas ha sido el único recluso que ha sido ovacionado en la Cámara de Diputados, ya que durante su estancia en prisión se aprendió el Código Penal y se convirtió en litigante de otros reclusos.
HIGINIO SOBERA DE LA FLOR, “EL PÉLON”
Hijo de un hacendado de Tabasco, realizó su primer asesinato en 1952, matando al chofer de la Miss México, Ana Bertha Lepe. Tras el homicidio se refugió en un hotel y tras un tiempo salió en busca de sexo. En el camino vio a una mujer, con la cual quiso saciar sus bajos instintos y al no recibir una respuesta favorable también la mató. Las autoridades de la época sólo tienen registro de esas dos muertes pero sospechaban que Sobera de la Flor debía otros asesinatos.
MACARIO ALCALÁ CANCHOLA, EL “JACK MEXICANO”
Macario Alcala Canchola, fue un asesino en serie que en la década de 1960, asesinó, por lo menos, a dos mujeres sexoservidoras,-que son sus víctimas confirmadas,-pero se sospecha de él en otros 12 asesinatos de prostitutas.
Alcalá Canchola era considerado un copycat, o asesino imitador,-o al menos fue lo que pretendió,-de Jack el Destripador; el mismo se autonombró el "Jack mexicano".
JUANA BARRAZA SAMPERIO, ''LA MATAVIEJITAS''
“La Dama del Silencio” así se hacía llamar en el mundo luchístico, Juana Barraza Samperio, quien tenía asolada a la Ciudad de México al asesinar, al menos, a 16 personas de la tercera edad, por lo cual fue apodada “La Mataviejitas”.
Los asesinatos que cometió Barraza Samperio fueron entre los años 90 hasta el año 2006, cuando fue capturada.
RAÚL OSIEL MARROQUÍN, "EL SÁDICO"
EL Modo de operación de Osiel Marroquín era secuestrar a su víctima, ahorcarla, descuartizarla y al final colocaba el cuerpo en maletas para posteriormente abandonarlas en las inmediaciones del Metro Chabacano y la colonia Asturias.
Todos los secuestros fueron cometidos contra homosexuales, por lo cuál se convirtió en el símbolo de la homofobia en México.
Cuando fue detenido el 23 de enero de 2006 declaró: "No me arrepiento de lo que hice..., de tener la oportunidad lo volvería a hacer, sólo que sería más cuidadoso para no ser atrapado y no cometería los mismos errores que llevaron a mi captura..., de lo único que me arrepiento, es por lo que está pasando mi familia ahora..."
Junto con su cómplice fue condenado a 288 años de prisión.
JOSÉ LUIS CALVA ZEPEDA, “EL CANÍBAL DE LA GUERRERO”
El 8 de octubre de 2007 fue detenido al ser acusado por las autoridades de los crímenes contra tres mujeres, además de cometer actos de canibalismo, tras revelar que comía partes de sus víctimas, por este último acto fue llamado “El Caníbal de la Guerrero”
Las agredidos fueron Alejandra Galeana Garabito (su pareja sentimental), una ex novia y una sexoservidora.
El 18 de octubre de 2007 se dio a conocer un expediente de la Fiscalía donde se detalla que Olga Livia, ex pareja de Cepeda, también habría sido víctima de maltratos, llegándose a comentar que el ahora occiso la obligó a ver películas pornográficas de zoofilia y a tener relaciones sexuales sadomasoquistas.
Calva Zepeda murió el 11 de diciembre de 2007 tras presuntamente suicidarse en una celda de la cárcel usando un cinturón, sin embargo existen dudas sobre si José Luis Calva Zepeda se suicidó.
Cómo puedes observar la historia de las muertes hechas por asesino seriales no le es ajena a nuestro país.